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La inmensa metáfora de Peter Sellers. Sobre Being There (Desde el jardín)

  • Writer: mateo londono
    mateo londono
  • May 22, 2016
  • 5 min read


Apretada síntesis de la película (algún día leeré el libro)


Chance (el mismo Peter Sellers) se ve retraído. Se mueve mecánicamente pero no parece alienado: lo hace con pasión ciega. La noticia mala no lo hace reaccionar, parece el letargo su más fiel acompañante. El jardín del que habla no existe; ni los abogados son capaces de hacérselo entender, tal vez porque no lo entienden a él. Obligado a caminar y ver el mundo, ahora la verdadera televisión lo cubre, la calle le dice que debe hablar y reaccionar, pero sigue siendo políticamente correcto según le ha dicho esa caja en su cuarto. Mirarse dentro de ese cubo de vidrio, cables y madera en la calle, le hizo distraerse y le dio nombre: se hizo Chauncey al ser lastimado por lo que parecía una limusina importante. Por temor a represalias burocráticas, hicieron de ese auto su entrada al delirio de la política. Nació la brillantez que hizo mover a todo un país, el cual si se altera, dicen, lo hace también el mundo. El letargo se hizo sabiduría, las palabras lentas cuchillos que cortan pastel y lo sirven en servilletas para el que no se quiere ensuciar: el elitista necesitado de metáforas para llamar y consolar al pueblo. Chauncey fue la solución para la vida de todos estos seres que lo necesitaban sin saberlo. La mujer se vio cautivada por lo que ella se inventó al relacionarse con él. El viejo encontró la esperanza que necesitaba para morir. El mandatario mayor creyó encontrar el camino; el cual terminó siendo más importante que él. El silencio y la pasividad construyeron un ícono. Todos lo querían ver, por lo que otros querían saber quién era; no pudieron hacerlo, solo había un vacío que hacía de Chance un hombre peligroso. Y lo fue, derrumbó al presidente y salió caminando por donde otro hombre de mismas características lo había hecho.




Al servicio del lenguaje


No solo lo que se dice hace a la metáfora, también la hacen las expresiones más allá de las palabras. Si rabioso se dice que habrá épocas de tormenta inevitables, puede tener unas connotaciones diferentes o no funcionar. Esa parsimonia innata de Chance a la hora de hablar de su oficio denotaba sabiduría e integridad, panaceas para el caos de la realidad, del cual Chance era ajeno, en el que estaban envueltos sus contertulios. A un viejo a punto de morir llega un señor decente que accidentalmente lo lesionaron sus trabajadores. Ese hombre le dice con calma al adinerado anciano que es un hombre de negocios pasando por una crisis ya que su empresa entró en bancarrota y solo queda pensar en ir al cielo; bueno, eso cree el anciano.


Un presidente angustiado, visita en su palacio a este hombre que es amigo suyo, que está lleno de poder monetario y moral, y se reúnen en “privado”; allí se encuentra con alguien de supuesta confianza para ese amigo. Es una discusión delicada la que han llevado el presidente y el anciano, pero ven a Chance tranquilo, callado, al parecer analítico de lo que sucede. El dueño de la casa le encarga del consejo preciso que ayude al Presidente. Chauncey le dice al mandatario, con tal naturaleza, que vendrán tiempos mejores para el jardín, que en las tormentas se hace más resistente al sobrevivir, y que la primavera y el verano vendrán de todas maneras reavivando las plantas; se conjuga perfectamente toda la escena para que la metáfora de las estaciones sirva de cura para esa angustia, que no es solo del presidente, sino que toca a una inmensa cantidad de seres humanos. Y la cadena siguió sin parar (la gracia de la metáfora es que trascienda en la oralidad, que es donde hace mella) hasta que terminó perjudicando al presidente y dándole la imagen más poderosa a Chance, que hace unos días salió a la calle por primera vez en su vida. ¿Será que lo bueno de las metáforas son también las mentiras que esconden? Todos escuchan lo que quieren escuchar...


El ritual inhalado de Chance


La imagen es el bajo que acompaña toda la banda del lenguaje político en su toque. Cuando a ese bajo le llega el momento de su solo, en mi opinión, la pieza se hace más potente y dinámica, a unos los adormece, a otros los estremece, pero ojo, no es un solo en realidad, el resto de la banda sigue ahí, pero con sus puestos relegados. Eso sí, esta banda no existiría sin otras. La tensión más grande está cuando dos imágenes se encuentran; y no siempre la más fuerte es la que debe ganar tal encuentro. La clave está en estar sereno en los momentos de mayor tormenta y con la tranquilidad propia desesperar al oponente, que debe todo el tiempo responder o simplemente callar y aprender. Estos dos verbos los interiorizó Chance durante toda su vida, sin tener al parecer el fin de usarlos. He ahí la virtud de lo absurdo del lenguaje político, que representa un poder que no existe, sino que se ejerce a la hora de aplicar los métodos en los espacios pertinentes. Aprendió el ritual, no lo creó porque, como dice Mazzoleni en el capítulo cuarto "Lenguajes, rituales y símbolos de la política", del libro La comunicación política, los rituales “tienen una forma estandarizada, son creaciones de la sociedad, que se los presenta a los individuos, es decir, no son fruto de la actividad psicológica de estos”.

La incomunicabilidad de Chance con el mundo que creía era la televisión, terminó siendo una virtud porque sus palabras eran precisas. Los saludos los daba como debía darlos a quien debía dárselos, sin darse cuenta. Navarini, en la portavoz de Mazzoleni, dice que el ritual funciona para mostrar el poder, para “hacer tangible la fuerza, el estatus, la legitimidad de quien practica el ritual o de aquel a quien se dedica”; pero Chance no tenía nada de esto y rindió mejor en los rituales. Lo que decía eran chistes de un estatus muy alto, sus metáforas eran muy fuertes, era un ser legítimo para actuar así, porque tenía el poder y lo aplicaba a otros seres ávidos de poder o al público en general. No olvidemos que viene de un letargo y sigue en él. Más vacíos por dentro para que se aprehendan mejor las técnicas y funcionen como deben funcionar: todo el tiempo necesario.


Obama mantiene sonriendo, “Juanma” también; ya están ejerciendo el poder, deben mostrar que todo está bien, que la metáfora de las estaciones aplica para todos. Chance no necesitaba sonreír para llamar a la calma: no ejercía algún cargo público, no respondía por nada ni nadie. Aun así, lo hacía, y eso genera más confianza en un público que, en la mayor medida, debería dudar de toda sonrisa pública.


Se cumple a cabalidad la idea de integración social que debe tener un ritual, y al integrar a algunos, se desintegran a otros. Quién se iba a imaginar que se iba a destruir la imagen pública del presidente por culpa de un jardinero. Y bien sabemos los efectos de la mediatización de estos personajes; obtienen un nombre, lo pierden, vuelven a recuperarlo o encuentran uno mejor, es decir, se obtienen a sí mismos, se pierden, vuelven a recuperarse por la misma senda o encuentran un camino diferente a seguir. El presidente pasó por todo esto, Chance solo por lo primero. Los medios crearon este ambiente controversial y dinámico, haciéndose así un ritual simbólico constante, ya que hay actores con ciertos papeles en la sociedad, político y periodista, por ejemplo, y se mediatiza la metáfora, por lo tanto también a los hombres implicados en ella. Se negocia qué significa lo que hace y deja de hacer cada uno. Mejor librado el que nada tiene que perder, insisto. Por ello, se me hace difícil creer que en todo ese letargo no había en realidad un plan maestro. Todas las piezas encajan con un cariño y un carisma que da miedo. Más miedo que el que da el juego de los medios que crea imaginarios colectivos sin parar.



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