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Hecatombe de la vida, arte de la muerte

  • Mateo Londoño Castaño
  • Mar 28, 2016
  • 7 min read


Leer a Ernest Miller Hemingway es un placer porque su gran habilidad a la hora de describir un personaje, una situación, un lugar, sin caer en exageraciones poéticas, lo mantienen a uno con un polo a tierra al igual que divagando en la imaginación. Ese placer que engancha y no quiere que pare de leer lo encontré en dos libros de temáticas diferentes; uno es vida y el otro muerte. Paris era una fiesta es el de la vida; en él la admiración hacia Hemingway fue inevitable por lo vivido en París y la forma de contarlo. Y Muerte en la tarde, relato de ficción que describe a la muerte del toro como algo bello y al torero como un artista, me impactó de principio a fin.


En 1960 Hemingway terminó de escribir en Cuba un libro que venía trabajando hacía varios años: Paris era una Fiesta. En él relata su estadía en París desde 1921 a 1926 con su esposa Hadley. Evoca a París como la ciudad en la que “se podía vivir muy bien por casi nada”. Desde experiencias cotidianas vividas tras caminar por las calles, tras concurrir los cafés de la ciudad en los que expatriados estadounidenses se tomaban sus tragos y tertuliaban, vemos cómo Hemingway empezó a vislumbrarse como escritor. Durante los múltiples relatos nos encontramos con un Hemingway toma trago, amante de la vida y de los detalles que le brindaba la ciudad que era fría pero que disfrutaba del calor de la bohemia. En los cafés encontraba el escenario perfecto para escribir sus cuentos y así iniciarse como escritor de algo más que periodismo.


Impresiona que estando apenas en sus veintes supiera tanto sobre el arte y la literatura, pero el libro lo explica por sí solo. No tenía mucho dinero por ese entonces y contó con la suerte de que Sylvia Beach, dueña de la librería Shakespeare and Company, le permitiera prestar cuanto libro quisiera. Gracias a ello empezó su fascinación por la literatura rusa; leía constantemente y admiraba a Chéjov, Tolstoi, Dostoyevski y Turgenev.


Para perderse hay que tener un fin


La relación con los intelectuales en carne y hueso también fue de gran ayuda para Hemingway como literato. Con la poetisa norteamericana Gertrude Stein, la que trataba como Miss Stein, tuvo una fuerte relación intelectual. Hemingway cuenta que Miss Stein le hacía narrar anécdotas divertidas para así conocer la parte alegre del mundo. Pero múltiples veces entraban en discusiones fuertes sobre autores que uno admiraba y el otro no tanto. Por ejemplo, Miss Stein llevaba una mala relación con el escritor Ezra Pound, quien también es parte importante de este libro, ya que tuvo una fuerte relación amistosa con Hemingway en Francia, quien lo describe como el escritor más generoso y desinteresado que jamás conoció. Lo define un auxiliador de poetas, escultores, pintores o prosistas a los que les tenía fe de grandeza. Explica esta aseveración contando el intento de auxilio que lideró Pound para lograr que el también escritor T.S Eliot saliera de trabajar en un banco y se dedicara al arte de la escritura.


Ezra Pound acompaña a Hemingway en la famosa generación de escritores estadounidenses que denominó Miss Stein como “generación perdida”; llamaba así a esos jóvenes escritores que sirvieron en la primera guerra mundial y que no le tienen respeto a nada y se emborrachan hasta matarse. A esta generación pertenecieron también John Dos Passos, John Steinbeck, William Faulkner y Scott Fitzgerald. La relación de este último con Hemingway es retratada con gran profundidad en el más extenso relato del libro, donde cuenta la particular forma en la que lo conoció. También relata el fuerte lazo de amistad que fabricaron en poco tiempo. Además, dice que de él aprendió lo que es la vida de un escritor, llevada al extremo de sus abismos emocionales y de oficio.

Por otra parte, durante todos los relatos vemos a un Hemingway maestro en el arte de los detalles y las analogías; esplendoroso en el detallar paisajes y describir en varias líneas el rostro de una mujer o el de sus amigos, como el de Fitzgerald, quien al verlo beber vinos como bebé, decía que “la cosa lo excitaba como una expedición a los barrios bajos, o como se excita una muchacha cuando por primera vez se arroja al mar sin traje de baño”.


Pero no sólo estas habilidades narrativas hacen de Hemingway un gran literato. Las cosas que pasó en París para empezar su vida como escritor, la sencillez de su forma de ser, de su estilo de vida, su desapego a lo material y su pasión por la buena literatura, son algunos de los factores que lo definen como uno de los más influyentes escritores norteamericanos. Durante la lectura deja enseñanzas sobre el oficio de escribir, como que no nos puede derrumbar y hacernos renunciar el estar pasando hambre porque nuestros escritos no están siendo bien vistos o no tiene trascendencia; Hemingway define al hambre como un agente de disciplina fortalecedor de los buenos escritores que no buscan obtener grandes lujos con sus trabajos, sino que hacen de la vida literaria una pasión liberada de lo material; “la persona que trabaja y que encuentra satisfacción en su trabajo, la pobreza no le preocupa”


Todo el libro es una enseñanza de lo que es este oficio y más en una ciudad como París, la cual denomina como “la ciudad mejor organizada para que un escritor escriba”. También veía en ella un ambiente apto para disfrutar con plenitud el nuevo mundo a experimentar en la literatura rusa; “llegar a todo aquel nuevo mundo de literatura, con tiempo para leer en una ciudad como París donde había modo de vivir bien y de trabajar por pobre que uno fuera, era como si a uno le regalaran un gran tesoro”. Si hacía un hermoso día, se compraba un litro de vino, un pan y un salchichón, y se sentaba a leer algún libro, viendo cómo pescaban en el Sena.


Reprochar no es condenar


En París adoptó un extremado afecto por las carreras de caballos que lo llevó a apostar y perder mucho dinero, pero también a ganarlo; afición que abandonó tras encontrar otra pasión como el ciclismo en la que no gastaría su capital. Pero las corridas de toros fue una de las verdaderas pasiones que lo caracterizaron. Ver en Muerte en la tarde (1932) cómo las defendía, asimilar que sentía un fuerte éxtasis al ver el cara a cara de toro y torero, saber que le dio tanta importancia a algo que considero como un acto infame, me hacen tener una relación de amor y odio con él. Zafarse de prejuicios para enfrentar esta minuciosa lectura, ha sido una de las experiencias más difíciles que he tenido como lector. Es que saber que habla de la muerte de un toro como algo artístico, me hicieron pensar que sería una lectura poco amena y desagradable.


Pero, aun así, no fue una mala experiencia, porque más que ser un libro que habla bien de algo que veo como malo, es una obra maestra. En ella emana una enorme calidad en la forma de narrar, hay un Hemingway más detallista y soberbio que el visto en Paris era una Fiesta. Al principio de la lectura no fue fácil concentrarse por ese prejuicio frente a las corridas de toros, pero a medida que avancé empecé a ver en este libro, más que una infamia, una fabulosa obra literaria. Su estructura, su amplio repertorio de datos y conocimientos históricos, y su forma de retratar vivencias propias hacen que siga admirándolo como escritor. Además, el libro no habla sólo de toros. Por ejemplo, allí encontramos varias alusiones al pintor Goya, al cual referencia al ver diferentes paisajes de la España que había conocido; la España que es el país en el que se concentra este relato, la que conoció a fondo gracias a su pasión por los toros.


Pero sobre las corridas en sí, Hemingway habla de los toreros que admiró y de los toros que respetó, de lo que significa el papel de cada uno y cómo se forman para llegar a la lidia. En Muerte en la tarde Hemingway critica la publicidad que los medios hacían a los malos toreros de la época, además de la crisis de las corridas de toros modernas que no contaban, en esa época, ya con toreros como Juan Belmonte, Joselito y el Gallo, los cuales retrata minuciosamente durante el texto y define como verdaderos artistas. Hemingway describe en esta obra una decaída en la calidad de las corridas y asevera que si un espectador no tiene buen ojo para diferenciar una buena corrida de una mala, las corridas se seguirán hundiendo.


La historia es contada de manera particular: tiene un diálogo ficticio con una “vieja señora” que quería conocer sobre las corridas de toros, pero más que todo a toreros. En este diálogo se encuentra una profunda explicación sobre lo que significan cada detalle de las corridas de toros. Usa un lenguaje introductorio a ese mundo, ya que en gran parte escribe como si le estuviera hablando a un lector que piensa ir por primera vez a una corrida, y le explica que debe entender esto, pensar aquello, ir a aquel lugar, y prepararse porque será un espectáculo complejo pero que lo fascinará.


Más allá de estos detalles, la esencia del libro es la muerte violenta. Hemingway habla del placer de matar, de una rebeldía frente a la muerte experimentada, según él, de manera artística por el torero. Esto lo explica sin tapujos al decir que “cuando un hombre se siente en rebelión contra la muerte, experimenta un placer asumiendo él mismo uno de los atributos divinos, el de darla, y este es uno de los sentimientos más profundos que puede experimentar todo hombre que goza matando”. Asienta que el orgullo acá encontrado es el que define una corrida de toros. Además, define a la verdadera alegría de matar como la que hace al gran matador.


Son afirmaciones fuertes las que suelta Hemingway mientras desarrolla este relato de ficción que retrata una realidad. Vemos por ejemplo críticas a moralistas que esperan que el muerto en la corrida sea el torero. Pero para poder entender todo lo dicho en este libro, es necesaria una minuciosa lectura, hecha con paciencia y sin prejuicios, para que así se pueda apreciar como obra literaria hecha para los que quieran saber de las corridas de toros.


En conclusión, Paris era una fiesta y Muerte en la tarde fueron libros que despertaron fuertes sensaciones durante mi aventura con ellos, porque leerlos fue un viaje hacia el Hemingway que quise conocer más tras leer El viejo y el mar. Y fue una grata experiencia que me enseñó sobre un tema que me encanta, París y el arte, y un tema que odio como el de las corridas de toros, el cual, tras profundizar en él, veo más infame de lo que lo veía antes.

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