La realidad nunca es nueva. Sobre Ladrón de Bicicletas de Vittorio de Sica
- Mateo Londoño Castaño
- Mar 27, 2016
- 3 min read

Eso de documentar la realidad a través de la ficción nos muestra que la cíclica narrativa de ciertos films no sucede solo en ellos. En El ladrón de bicicletas se puede reflejar un mundo, no solo una Roma. Se puede identificar la vuelta a empezar de la miseria de las calles, sean italianas, sean haitianas. La vemos desde nuestra cama o silla sitiadas en tierra colombiana, a través de una pantalla que puede reflejar más verdades que mentiras; aun así, preferimos más y más lo segundo que lo primero. Por eso, así películas como esta, ya de más de 60 años, nos revele que no hemos cambiado, que nos acobijan nada más que pañitos de agua tibia, preferimos verla como un despertar de emociones, no como un llamado al despertar. Documentar es recrear a través de diferentes medios algo de la realidad para que esta no quede en el olvido; pero el ciclo demuestra que nada se hace a fin de cuentas.
El neorrealismo se arriesgó al máximo; nos dice, aún vivo en sus influenciados, como Víctor Gaviria, que nos contemplemos a nosotros mismos, no a historias de hadas y de risas. Nos refuerza la doble moral del disfrutar, entretenernos y creernos actores de cambio ante una pantalla, pudiendo actuar en realidad yendo a ver nuestras propias calles. Esta es una de esas películas que se puede ver tranquilamente desde los ojos de cualquier época. Podrá representar el desespero y la incertidumbre en Roma tras la Segunda Guerra Mundial, pero, en esencia, encaja en las tierras de la Medellín innovadora. De todas maneras, es mejor aterrizar en la época que la construyó; en la que el hombre civilizado no solo atacó al menos civilizado, se atacó a sí mismo y se hundió más que los “incivilizados”.

Estar en paro dos años tras una devastadora guerra ideológica no parece ser un camino apto para una población que se acrecienta. Eso le sucedió a un hombre que ensimismado vivió pero nunca en la miseria de la desesperanza. Miseria la de los rostros invisibles que lo llevaron a mirar en contrapicado al desespero, el cual pudo por unos segundos mirar desde un ángulo más paralelo, pero el tiempo y las circunstancias lo llevaron a verlo desde un nadir pronunciado y abismal; siempre luchando, perdido, pero luchando. El símbolo de la dolorosa esperanza lo tuvo en su pequeño hijo, tan pero tan semejante al niño que le cayó azarosamente a Chaplin; hombres pequeños, tiernos e ingenuos, pero con tremenda inteligencia callejera. Hijos que no dejan caer a sus padres, hijos que en serio lo son y no abandonan a sus viejos ni al millonésimo traspié.
¿Cómo se puede ser tan cruel con el espectador, de mostrarle a blanco y negro, solo porque tocaba, una realidad que pareciera ser a blanco y negro? ¿Por qué esa necesidad de golpearnos a los espectadores con una película cuando el que merece un golpe más fuerte demás que ni se preocupa por verla o hacer algo al verla? Simple, porque los espectadores activos y que en realidad sientan la necesidad de algo hacer son los que tiene que empezar a pintar esa realidad. Lástima que se vino a pensar algo tarde que la audiencia puede ser activa. Neorrealismo no puede quedar como un simple ismo, categorizado y ya, olvidado y visto como una etapa.

La particularidad de este movimiento cinematográfico es mostrar esa miseria a través de actores reales, en situaciones extremadamente realistas. Por eso, así predomine en apariencia la infinita preocupación, no se deja de lado la risa y el goce, el ardor del espíritu libertario, la terquedad del que ve en la risa, así sea hipócrita, un camino de constante revolución (los expresionistas expresaron, valga la redundancia, lo más aberrante de los hombres a través de la explotación de las emociones al máximo, mientras que los realistas vieron posible que la realidad hablara por sí sola de lo desgraciado del hombre sonriente).
En la carrera constante que vivimos, ya sea para superarnos o para hundirnos a voluntad, no tenemos tiempo de contemplar lo que somos. Irónico que algunos tengamos tiempo de contemplarnos a través de otros, cuando solo nosotros podemos conocernos. Esa identificación fragmentada y facilista que nos brinda dos horas estándar de película, en serio traspasará los límites que se impuso cuando se vea al cine como una fuerza trascendental; le dejamos ese papel a la academia o a los críticos. Pocos espectadores medio intentan comprenderse en lo que ven; me incluyo en ciertas circunstancias en esa masa.
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