La guerra del viejo vaquero. Sobre Gran Torino de Clint Eastwood
- Por Mateo Londoño Castaño
- Mar 23, 2016
- 3 min read

Hay que abrirse, pero no de este mundo, sino para él; eso dice Clint Eastwood con Gran Torino, película en la que el director hizo enfrentarse a Clint con Eastwood, al Yin contra el Yang. Una guerra parsimoniosa, luchada paso a paso, deja que fluyan, que se peleen también, en armonía, eso sí, los dos entes que son una persona, una nación. El americanismo y el no americanismo, diferente este al anti, van viéndose las caras, diciéndose palabrotas todo el tiempo, unas veces en muletilla, otras con verdadera hostilidad ¿Cómo saber cuándo es de una manera o de la otra? Lo dicen las circunstancias y nuestra afinidad con lo que se dice y con quien lo dice; no olvidemos que estamos viendo una película, que no existiría si no tuviera un espectador intérprete.

Un ser bárbaro que critica al bárbaro de diferente dialéctica, puede generar risas, sorpresas por el cómo nos hace identificarnos con él, así seamos contrarios. La fuerza que se le da a su forma de ver y vivir la vida, sosegando a la familia de sangre y no de energía, hace que no nos importe la supuesta pobre familia ¿si dice la verdad por qué preocuparse por el que la recibe? Construir un ser hostil con una vida serena, llena de años y años de experiencia, hacerlo otro ente racista como muchos románticos férreos, en un mundo cada vez más antiracista, pro-integración de masas variadas, fue buen reto para un americanista como Eastwood ¿Será que se interpretó a sí mismo para pararse como actor frente a la realidad tan viva en la ficción que creó? Por algo lo hizo, por algo él es el protagonista. Pareciera haber hecho el personaje según era él para él, con la intención de hacer de un conflicto de razas, hasta cliché, una historia tranquila pero densa, llena de simbolismos, de gestos de ingenuidad, de puntuales hechos representativos como un grupo de negros hambrientos de asiática, otro de asiáticos hambrientos por ser como los americanos, otro de americanos que creen muerta su patria de hombres recios que aman sus armas y su bandera, que dejan llevar sus acciones en virtud de su ideología.

¿Cómo un ser así termina como un héroe para el no americano? Algunos mueren con su americanismo, con la bandera pegada al baúl, pero Walt (Eastwood en realidad) termina dando de lo más americano a un niño asiático. Unos cuantos días, las malas y buenas personas para él, fueron dejando salir a Wally, relegando al pasado al Sr Kowalski, dejando la cerveza americana por el trago de arroz, la carne seca de la terquedad por la abundante comida que brinda la aceptación de la otredad.
Unos dicen qué película tan aburridora, otros que muy bonita; no reflexionan más allá. En Gran Torino llama la atención el protagonismo tan marcado de un ser hostil, para muchos amargado. Este personaje era esquemático, maldecía desde la comodidad de su soledad, desde la guerra de Corea, llamando virgen de veintisiete años al cura del pueblo, que le rogaba se dejara confesar en memoria de su esposa; ni el amor por ella pudo contra el americanismo egoísta que llevaba en su sangre. Pero esa sangre también puede cambiar, puede derramarse por la gente indeseada. Poco a poco fue saliendo una sonrisa al encontrar en ellos lo que no en su familia: paz; podrá ser un sueño, podrá ser etérea, pero se puede pasar por ella, estando en guerra constante. Se puede ser un Gran Torino imponente y patriota que hable con niños Hmong, aprendiendo constantemente el uno del otro. Thao no fue la solución al conflicto, fue el camino que lo atravesó.

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